martes, 27 de mayo de 2008

Última mirada


Las frías baldosas rozaban su piel, tan heladas como témpanos abandonados, el suave azul empezaba a recorrer su cuerpo. Aquel día había despertado con el ruido leve que produce el romper de la rutina, algo había ocurrido, un cambio y sus ojos empezaban a abrirse. Se descubrió sentada aun en el mismo suelo en el que había estado parada en tiempos atrás, en aquellas vísperas de lo inevitable. Ahora que todo había pasado y empezaba a despertar algo la estaba cubriendo de nuevo. Ese frió, un frió oscuro y distante de tono azul. Estaba sentada y ese frió invadió primero la piel que tocaba el suelo, primero las nalgas, parte de los muslos y piernas, un poco de los pies y las palmas de las manos, luego invadió suavemente todas sus piernas, avanzó hasta las muñecas y se coló por la ingle hasta congelar todo su sexo, su vientre, pronto la cintura, el frió se colaba por el ombligo y cubría sus brazos. Mientras ella solo intentaba abrir los ojos, intentaba despertar y salir huyendo de ese gélido invasor, una línea azul se dibujó por el centro de su espalda, subía vertiginosamente a la cabeza, se expandió a los lados y el azul abrazó sus senos. Ella alzó su cabeza lo más que pudo, deseaba lograr abrir los ojos una vez más, aun congelada casi en total podía sentir las palmas de sus manos extendidas y pegadas al suelo, ese suelo que emanaba su destino, el frío redondeó sus hombros y llenó su cuello, cubrió sus largos cabellos, alcanzó su boca, sus labios, sus dientes y lengua, un grito ahogado que no pudo salir más, la frente empezaba a cubrirse, pronto las mejillas y nariz. Abrió los ojos. Ya era demasiado tarde. El frío azul se hundió en su mirada, esa mirada que ahora permanecería abierta e intacta reflejando el brillo azul. La noche cubría todo y a lo lejos, en el centro del salón, aquel abandonado sin techo ni paredes, solo se observaba la figura azul reflejando los rayos plateados de la luna, esperando la mirada que le devolviera su calor y el beso que la despertara de aquel trágico letargo que volvía a comenzar bajo esa luz eterna de luna.

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