Este sábado no hubo pastel de chocolate, en cambio mi coche decidió exorcizarse, de hecho nos exorcizamos los dos y ya estamos limpios de demonios.

Fue espectacular, lo hubiera grabado si no hubiera estado asustada y al volante, pero imagínense a mi cochecito en medio del tráfico envuelto en humo blanco y escupiendo verde para todos lados. Sublime.

Por lo anterior brevemente contado ahora carezco de medio de transporte. O calamidad, tantos años, tantos kilómetros, tanta gente y olores, todo ese cúmulo de vivencias no las extraño ni tantito: Transporte público. Sin embargo es harto entretenido hacer uso de éste, lo mejor es que no tienes que manejar y eso a veces me hace muy, muy feliz.

Apenas llevo medio sábado y domingo (hoy habia paro del servicio urbano) de vuelta con estas costumbres y ya tengo anécdotas. Bonito, bonito.

El sábado ya no llevé pastel, decidí cargar solo con mi bella presencia y mi bolsa de mano. Es que soy bien torpe en los camiones, cuando era estudiante sufría y quería regalar mi mochila a quien quisiera con tal de no llevarla conmigo, mis heroínas por aquellos entonces (y posiblemente aun) eran las señoras embarazaban que osaban subirse a un camión lleno de gente sumamente amable; pero el punto no es ese sino que en camión no llevo ni pastel ni mochila ni nada que haga que no tenga dispuestas las dos manos.

Oh buen señor cobrador de camión Coatepec-Xalapa, no me cobró, me quedé con mi moneda de diez pecitos en la mano. Qué bonito es bajar e interactivo con el "gracias" y el "para servirle, señorita". Luego conseguir un taxi.

Había una parejita de enamorados que se veían bastante jóvenes y desesperados, como de secundaria. No era mi intención hacer quedar mal al chico con su cita así que no use mi técnica quitataxis tan usada y efectiva y estaba dispuesta a esperar a que ellos "ganaran" el suyo y se fueran a hacer cosas normales y felices del día de novios y a que la novia suspirara de amor por su galán-consigue-taxis tan hábil que tenía. La cosa no fue así, el novio se llevó a la novia al otro lado de la acera y en 5 segundos obtuve mi taxi.

El folclor de los taxis es exquisito. Escuché pura música de cámara rumbo a mi destino. Al día siguiente requerí otro taxi. Un señor delgado, maltratado y hablador que iba comiendo una granada mientras manejaba:

-¿A dónde la llevo, señorita?
-A los Sauces, por favor.
-¿Del lado que se paran los autobuses?
- Sí, por favor.
-¿Va usted a Xico o a Coatepec?
- A Coatepec
-¿No se quiere ir en taxi? le cobro barato.
-No señor, gracias, pero me sale más barato en camión.
-Ándele, 80 pesitos.
-Ya ve que sí está caro
- No pues si la conociera la llevaba gratis.
- Jaja (nerviosa pero disimulada para que crea todo lo contrario) muchas gracias pero a los Sauces está bien.
- Si quiere la llevo, no hay problema.
-No gracias, así está bien.
-Esta usted bien joven, ¿cuántos años tiene, 18, 19?
- ahh jajaja, no, no, tengo más. (mi autoestima se sintió alabada)
-Nooo, si no se ve ni de 20. ¿Estudia?
- Si, soy estudiante.
....
...

Lo bonito de las pláticas con taxistas es que puedes inventarles cualquier cosa, puedes ser soltera, casada, divorciada, estudiante, abogada, política, ama de casa, dependiendo de tu humor diario. Una vez fui viuda, qué divertido.

Llegué a los Sauces y ahí estaba el camión, esa vieja rutina no se olvida, el tiempo pasa, coches de mas, coches de menos, huelgas, paros, aventones, de todo y sigo usando las mismas costumbres respecto a camiones desde que tenía como unos 16 añitos.

Próximamente guía útil y efectiva para utilizar el transporte público y no morir ni ser torteada en el intento.